sábado, 2 de mayo de 2009

Die Grenzen meiner Sprachen

Ayer, un asturiano del oriente (R. Reig) en su columna de "Público" citaba a Wittgenstein: "Die Grenzen meiner Sprachen bedeuten die Grenzen meiner Welt" (los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo); personalmente estoy de acuerdo con tal afirmación por lo que agradezco desde aquí a quienes desde sus páginas (algunas referenciadas en la columna de la derecha ) con sus entradas y las aportaciones de sus lectores me permiten ensanchar mi mundo. Porque recuperan tradiciones para la memoria, nombran  picos y brañas, animales, plantas y gentes; porque hablan del futuro que deseamos desde la realidad del presente, sin dejar de lado nuestras raíces y la impronta del pasado (o eso al menos creo) y todo desde el respeto a las opiniones diversas y a la lengua, también común y a la vez particular, y de propina:!sin publicidad!. Que sirva lo anterior como agradecimiento a quienes generosamente socializan sus conocimientos en estas páginas, y de explicación a quien no, enviado al limbo bítico en que habitan seres con un mundo tan limitado como su verbo indefectiblemente acompañado de ponzoña.

2 comentarios:

Alto Sil dijo...

Querido Eminosuke: hermosísimas palabras las tuyas.

La palabra define la personalidad de cada uno de nosotros. Y su psicología más escondida. Sólo hay que saber leerlas, y un simple párrafo puede ser un libro abierto en el que leer por dentro a su autor. Se puede desenmascarar al que edulcora la amargura con bonitas palabras; al que intenta ocultar el odio con términos bellos; al insincero que pretende aparecer como sincero; pero también al que teme mostrar toda la bondad que alberga su corazón; y al que oculta un tesoro que ni él mismo conoce.

Algunos necesitamos escribir, para compensar lo poco que verbalizamos. Bien o mal, pero escribir. La ponzoña, desgraciadamente, no es patrimonio solamente del bruto o del obtuso, sino que forma parte, en mayor o menor cubicaje, de casi todos. Yo espero que mi ponzoña nunca se me escape hacia otros que no sean los prepotentes, los injustos, los que tienen en su mano el poder para decidir el bienestar de los demás y sólo lo emplean para medrar e inflar su ego. E incluso, desearía que ni siquiera a ellos se la dedicara.

Sinceramente lo deseo.

Carlos de Sebastián dijo...

¡Qué bien escribís!

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