sábado, 3 de mayo de 2008

Tierra, amada y madre.


Hundíais vuestros aperos en el valle que os acogía, húmedo y fértil, al ritmo de las estaciones y de los años -pan a un lado, patatas al otro-, a veces en cadencias vertiginosas, otras apenas perceptibles, y descansábais apaciguados tras los frutos.

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