Conociste la capital vestido de danzante un día de San Mateo. Tu cara, entonces afilada y huesuda, y esa mirada orgullosa que te acompañó siempre aunque la edad le añadió la sal de la ironía, permiten adivinar la dureza de una adolescencia truncada por el trabajo prematuro y la asunción de responsabilidades en una casa en decadencia.
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