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jueves, 17 de abril de 2008

El sueño del emigrante produce...

Podrías contarnos, que meses antes, vestido de mono azul con mil nocturnos zurcidos diarios, te arrastrabas por húmedos y estrechos pasadizos mineros por donde apenas pasaba tu casco. Podrías explicarnos que anhelabas otra vida mejor y aún no vivida representada en traje, cigarrillo, licores –no hubo celebración parisina que no asocie a la botella del ron negrita-, música y familia entonces dejada temporalmente atrás o por venir, gracias al trabajo duro. Es probable que entonces aún no supieras que ahorrarías para un piso cerca del mar, para arreglar tu casa natal, o para que tus hijos -un plural entonces singular- afrontaran sus vidas con otros estudios. Pero ya sabías que todo sería en una lengua poco a poco adoptada y adaptada que también llegó a ser la mía y en los muy proletarios micro-lofts bajo techo de un hotel del Marais.

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